Paso el resto del viaje dormida. El cambio de hora me ha agotado realmente. Cuando Quincy me despierta suavemente, estoy en una limusina, parada en una calle con casas lujosísimas. Lo último que recuerdo antes de dormirme fue el sol poniéndose en una playa californiana, llena de gente.
- ¿Ya… ya hemos llegado?- balbuceo. Quincy asiente con una sonrisa.
- Bienvenida a Los Ángeles.- me dice. Yo sonrío distraídamente y salgo de la limusina. Miro alrededor y veo miles de luces extendiéndose hasta el horizonte, y un montón de rascacielos. Hace un tiempo perfecto. Un coger agarra todo mi equipaje (3 maletas enormes), y Quincy me conduce directamente hacia una enorme casa blanca y luminosa, con la pared recubierta de hiedra y todas las persianas bajadas. Por el camino, voy ocupándome de atusarme la ropa y peinarme; quiero causar una buena impresión.
- Es aquí.- me anuncia el productor, y llama al timbre.
- ¿Sí?- se oye la voz de un portero al telefonillo.
- Son Quincy Jones, dígale a Michael que vengo con visita.- pide.
- Sí, señor.- dice el sirviente. Se oyen voces en el interior de la casa, y entonces la puerta se abre.
Aparece en el umbral un joven de unos veinte años, alto, delgado y esbelto. Tiene un rostro bonito, con piel color chocolate y labios carnosos y rosados, ojos almendrados y grandes y una melena corta rizada y negra. No dudo ni un instante de quién es: Michael Jackson, la estrella, mi ídolo, mi amor platónico.
Parece alegrarse mucho al ver a Quincy, ya que prácticamente se tira a sus brazos y le abraza con mucho cariño. No parece reparar en mí, que estoy detrás del productor.
-¡Quincy! Oh, qué alegría… Hace demasiado que no sé de ti…- le dice. Su voz es suave y con un tono agudo, muy agradable. El productor, ante mi sorpresa, le abraza aún con más fuerza y le acaricia los ricitos. Parece que fuesen padre e hijo.
- Hola, pequeño… No pensabas que me había olvidado de ti, ¿verdad?- y ambos sonríes, separándose. Quincy carraspea y se aparta para dejarme ver.
- Mira, Michael, ella es Blanca, la chica más alucinante de toda España.- le dice. Río nerviosamente, y Michael se sonroja y me tiende la mano.
- Encantado. Yo soy Michael.- se presenta con timidez, pero mirándome con curiosidad.
- Un placer conocerle, señor Jackson.- digo, estrechando su mano. Soy una de esas personas que, cuando se ponen nerviosas, hacen mejor las cosas. Es una verdadera ventaja.
Michael sonríe. Sus dientes son perfectos y muy blancos, su sonrisa es preciosa.
- El señor Jackson es mi padre.- me aclara, con dulzura.- A mí puedes llamarme Michael.
- De acuerdo.- sonrío, avergonzada. Eso de hacer las cosas mejor no está tan claro, pienso.
- Gracias. Pero pasad, por favor.- invita tímidamente, haciéndose a un lado. ¡Qué lindo es! Me encanta desde el principio. No puedo creerlo, es Michael Jackson…
Su casa es realmente impresionante; primero, nos conduce por un camino de piedras en medio de todo el césped que hay en el jardín. Hay bastantes árboles, que tapan la casa un tanto, y alcanzo a ver, gracias a la bella iluminación artificial (ya es noche cerrada), una piscina enorme y clara.
Admiro todo con la boca abierta. Nunca había visto tanto lujo junto.
Antes de que pueda darme cuenta, estoy en el interior de la casa de Michael. En el amplio recibidor hay un gran espejo y un armario, varios calzadores, un cesto con paraguas y bastones y un zapatero.
Michael nos conduce al salón, donde el suelo es de madera y está prácticamente cubierto por alfombras exóticas. Hay varios sofás grandes, que parecen ser comodísimos, en rente de una gran televisión de pantalla plana. Una mesa enorme ocupa el centro de la sala, y en ella la cena está servida. Parece que la familia Jackson se disponía a cenar.
Hay varias estanterías con fotos, muchas fotos, un ajedrez de marfil, adornos de muchos países y muchos libros.
- Sentaos, por favor.- dice Michael con suavidad, señalando los sofás. Quincy y yo obedecemos.
Entonces, el chofer de la limusina aparece, y le pregunta a Quincy:
- Señor, ¿dejo aquí las maletas de la señorita?
- Emm… Sí, sí, déjalas ahí…- dice Quincy nerviosamente. Michael le mira a él y luego a mí, con los ojos como platos.
- ¿Aquí? ¿Qué significa esto, Quincy?- pregunta, enarcando una ceja pero con suavidad. El productor empieza a jugar con los pulgares y baja la mirada.
- Verás, Michael, tengo que pedirte un favor.- murmura. Yo me cubro la cara con las manos, alarmada. Como creía, Quincy no le había dicho nada a Michael sobre mi estancia allí. Michael suspira y se muerde el labio inferior.
- Quincy, Quincy… Mi padre no quiere invitados, lo sabes… Me matará, me matará…
- Yo hablaré con él, Michael. Vamos, por favor.
- Mi casa no es un hotel, Quincy.- me mira.- Siento tener esta discusión delante de ti, Blanca, pero yo…
- No pasa nada.- murmuro con un hilo de voz. Me siento fatal. Él parece darse cuenta, y me mira con cariño. Esa mirada…
Michael suspira y mira con reproche a Quincy, pero dice:
- Está bien, está bien, puede quedarse. Pero…- mira al productor.- No vuelvas a hacerme esto nunca, por favor.
- Lo siento, Michael, te llamé pero no contestabas al móvil… Espera, iré a hablar con tu padre…
- Está en su despacho.- dice el joven, con seriedad. Quincy se marcha escaleras arriba, y ambos nos quedamos solos. Me siento muy incómoda y no levanto la vista del suelo; Michael juega con sus pulgares distraídamente.
- Bueno…- digo, intentando romper el hielo.- Muchas gracias por dejar que me quede…- él sonríe.
- No hay de qué.- y vuelve a reinar el silencio de nuevo. Al cabo de unos minutos, Quincy regresa a nuestro lado. Sonríe, pero parece preocupado. Michael lo percibe y se cubre la cabeza con las manos.
- Tu padre quiere veros.- le dice al joven, acariciándole los rizos. Él gime, angustiado. Quincy le susurra:
- Lo siento mucho, Michael, te debo una y cien a partir de ahora. Lo siento de verdad.- Michael no contesta y se levanta.
- Por favor, ven conmigo.- me pide. Yo asiento y le sigo. Me lleva en silencio y con la cabeza gacha escaleras arriba; luego, atravesamos varios pasillos y habitaciones.
Finalmente, nos detenemos frente a una puerta cerrada.
- Espera aquí, por favor.- me susurra Michael. Asiento con la cabeza, sin entender por qué susurra. Pero, desde luego, no por nada bueno.
Michael llama a la puerta, y se escucha un rudo “adelante”. Él entra y cierra la puerta tras de sí.
Los siguientes minutos me toca esperar, algo nerviosa. Oigo las voces de quienes están en la habitación, pero no lo suficientemente alto como para entenderles.
En un momento dado, una voz masculina y autoritaria, algo ronca, se alza.
- ¡En esta casa se hace lo que yo quiero!- dice.
- ¡Tú no controlas mi vida!- grita entonces Michael.
- ¡Cállate!- y se oye algo parecido a una bofetada. Después, Michael gime y suelta un jadeo, y una mujer dice:
- ¡Joseph, por favor!- con voz suplicante. Me estremezco.
- Hasta aquí has llegado, hijo engreído.- vuelve a decir la impotente voz.- Ella se quedará, pero sólo porque Quincy ha hablado conmigo. Que esta sea la última vez que haces algo así. Y oh, por supuesto, tendrás tu castigo, ya pensaré algo apropiado para la ocasión…
- Déjame en paz.- dice Michael de mala gana, recuperando el tono normal, por lo que no oigo lo que dice luego. Dice esto más bien de forma cansada y suplicante.
De pronto, Michael abre la puerta, sobresaltándome. Efectivamente, tiene una marca roja en la mejilla, señal de una bofetada. Parece más cansado que antes.
- Por favor, a mis padres les gustaría conocerte.- me sonríe, pero con una sonrisa demasiado forzada. Creo ver un atisbo de tristeza en sus ojos.
- Ah, vale.- murmuro. Me atuso la ropa e intento colocarme el pelo. Michael sonríe.
- Estás perfecta así.- e inmediatamente se pone serio, se ruboriza mucho y pasa a la habitación. Entiendo que tengo que seguirle.
Sus padres están sentados, cada uno en un sofá. Mis ojos van primero a su madre; sin duda, es pariente de Michael. Ambos tienen los mismos ojos dulces y achocolatados, y una hermosa sonrisa.
Luego, miro a su padre, e instintivamente me pego aún más a Michael.
Joseph Jackson, según mi punto de vista, tiene rostro de psicópata. No sé otra manera de describirlo, si no es cruel y malhumorado. Tiene una mata de pelo rozado y oscuro, bigote y barba., el ceño fruncido y los brazos en garras.
- Mamá, Joseph…- él le dirige una mirada asesina a su hijo, quien carraspea y rectifica:- Joseph y mamá, os presento a Blanca. Blanca, ellos son mis padres, Joseph y Katherine.
- Encantada.- sonrío educadamente. Katherine me devuelve la sonrisa.
- Lo mismo digo, querida. Bienvenida. Será un placer tenerte con nosotros.- hace un además de querer incorporarse, y Michael corre a su lado. En cuanto se va de mi lado, me siento desprotegida; sobre todo, con la mirada de Joseph clavándose en mí. Michael ayuda a su madre a levantarse, y ella se apoya en él. Parece que en los ojos de Michael estuviese concentrado todo el amor del mundo, cuando él mira a su madre. Reparo en que Katherine es coja, pero a pesar de eso, ella (ayudada por Michael) llega hasta mí y me da un caluroso abrazo.
Por el contrario, Joseph no me dirige la palabra. Se limita a observarme de arriba a abajo, con desprecio, y luego masculle:
- Largaos de aquí, Michael.- él baja la cabeza y lleva de nuevo a su madre hasta su sillón.
- Hasta mañana, mami.- le dice con dulzura.
- Adiós, amor mío. Adiós, Blanca. Que descanséis.
- Gracias, señora.- ella me interrumpe con su carcajada.
- Oh, llámame Katherine.
- De acuerdo, Katherine. Que descanses. Que descanse, señor Jackson.
- A mí, por el contrario, no me llames.- me escupe él, bruscamente. Mi sonrisa se borra. Oigo a Michael suspirar. Me toca un hombro, y yo entiendo que debo marcharme. Salgo de la habitación detrás de él.
- Como ves, mi padre es un monstruo.- murmura Michael, sobrecogido.- Siento mucho que te haya tratado así.
- Oh, no importa. No es por tu culpa, y tampoco por la suya…- Michael se vuelve a mirarme, incrédulo. Se detiene y espera mi respuesta.
- ¿Entonces?- bajo la mirada, y murmuro:
- Siento mucho todo esto. No debería haber venido, os estoy causando a todos tantos problemas e incomodidades…
- No digas eso.- me dice Michael.- No es verdad.- pero me parece que lo dice sin mucha convicción. Pensándolo bien, tiene toda la razón. Llego a casa de la persona más famosa del mundo y, con todo el morro y a su costa, me instalo allí. ¿Dónde se ha visto eso?